Una joven galesa hace palpitar de nuevo el corazón de Sergio García, que ha recuperado la sonrisa y su swing con la victoria en el Andalucía Masters
El 16 de agosto de 1999, los espectadores que asistían al desenlace de la PGA (uno de los cuatro torneos grandes del golf mundial) se frotaban los ojos, atónitos y divertidos. Estaban paladeando un momento que parecía histórico: el joven e intratable Tiger Woods, un vendaval de 23 años con ganas de comerse todo, había encontrado por fin un rival a su medida. Se trataba de un desconocido muchacho español, de apenas 19 años, que sonreía con el desparpajo de un adolescente, pero que agarraba los palos con el porte, la decisión y el acierto de un consumado maestro. Sergio García Fernández (Borriol, Castellón, 1980) había irrumpido en el universo del golf con el luminoso estruendo de una supernova.
De pronto, en el hoyo 16, la bola de Sergio cayó junto a un árbol. En el campo de Medinah, a las afueras de Chicago, todo el mundo contuvo la respiración. El joven levantino corrió hacia el lugar, se agachó, escarbó la tierra, se puso a rezar. Luego cogió su palo, le arreó un buen golpe y salió corriendo detrás de la bola, como si quisiera indicarle el camino. En el momento justo, la pelotita se frenó y cayó mansamente sobre el ‘green’. Sergio se había salvado. El público coreó un «oh» de estupor y luego entonó un cántico atronador: «Niño, niño, niño». Incluso pronunciaban bien la eñe. «Me lo pasé bomba», recordaba Sergio después. Aquel día, en Medinah, Sergio García perdió el PGA por un solo golpe de desventaja sobre Tiger Woods; pero, a cambio, se había ganado el corazón de los aficionados americanos. «Ahí está el futuro del golf», enfatizaba Ben Crenshaw, un profesional con casi treinta torneos ganados. «La victoria de Tiger sobre Sergio generó la electricidad suficiente como para iluminar Manhattan», se asombraba Clifton Brown, cronista de ‘The New York Times’: «García tiene magia en el putt y cautiva a las masas con sus golpes increíbles… Tenemos otro joven lleno de talento que tiene mucho que decir durante los veinte próximos años».
Doce años después, aquellas profecías se han cumplido… a medias. Es cierto que Sergio García se ha impuesto en muchos torneos (22), alguno tan prestigioso como el Players Championship, que ha sido un jugador importante en la Ryder Cup y que ha llegado a estar varias semanas en el número dos de la lista mundial; pero también es cierto que ya tiene 31 tacos, que todavía no ha ganado ningún grande y que durante tres años ha vivido un infierno del que parecía no poder encontrar la salida. Hace apenas un año, el 16 de julio de 2010, un Sergio demacrado, casi hundido, explicaba sus lúgubres sensaciones a los periodistas: «Yo voy a seguir hasta que mi cuerpo diga ya basta… Pero probablemente llegará el momento en que estalle. Y el día en que no aguante más… Yo no he venido aquí a hacer pares. Sé de lo que soy capaz y si no puedo lo dejaré». El chico de Castellón, aquel jovenzuelo irreverente que había heredado la magia de Ballesteros, estaba al borde del cortocircuito: había caído más abajo del puesto 70 en la lista mundial del golf, no había pasado el corte en los dos últimos torneos de la PGA y se había tirado dos años enteros (2009 y 2010) sin lograr una sola victoria. Una eternidad.
Y, sin embargo, ahora, en una sola semana de octubre, Sergio García Fernández ha ganado dos campeonatos: el Castelló Masters y el Andalucía Masters, en el trompicado campo de Valderrama, su recorrido «favorito» y en el que ningún español había conseguido, hasta la fecha, imponerse. Sergio, con barba de varios días y más corpulento, ya no parece el niño insolente y juguetón que deslumbró en el PGA de 1999, pero ha recuperado aquella sonrisa franca y sin hipotecas que le hizo tan popular en Estados Unidos. Viéndolo tan feliz, tan libre de complejos, tan afinado en su juego, cabe preguntarse: ¿Qué le pasó? ¿Cómo ha logrado salir del túnel? ¿Por fin ha resucitado?
«Jugaba por rutina»
Los profesionales suelen asegurar que el golf es, por encima de todo, un deporte mental. En sus primeros años en el circuito, cuando la vida entera parecía sonreírle, Sergio García deslumbró con su juego poderoso y dinámico, aderezado con ciertos golpes de genio. Pero desde aquella derrota contra Tiger le ha perseguido la maldición de los ‘grandes’ (PGA, Open USA, Open Británico y Masters de Augusta): pese a sus tres segundos puestos, el deportista castellonense no ha podido aún adjudicarse ninguno de ellos. Y, desde muy joven, los periodistas no han hecho más que recordárselo: se decía que Sergio empezaba bien los torneos, pero que no aguantaba la presión del último día. Siempre parecía a punto de y nunca llegaba a rematar la faena: «No es un jugador de domingos», clamaban. Sergio aseguraba que aquella presión no le afectaba («si me exigen es porque esperan mucho de mí»), pero el lento goteo quizá haya acabando minándole la moral.
Aunque en el descenso de Sergio a los infiernos parece haber pesado más su vida sentimental. Tras un escarceo juvenil con la tenista Martina Hingis (apenas 10 meses de noviazgo), el golfista español acabó enamorándose hasta las cachas de Morgan-Leigh Norman, la rubísima hija de Greg Norman, uno de los grandes mitos de su deporte. Duraron varios años, pero rompieron en 2008. Aquel fracaso le destrozó: «Fue duro -reconoció a ‘The New York Times’-. Durante los cuatro primeros meses no podía centrarme en el golf. Jugaba por rutina, no por placer. Eso me hizo perder mucha confianza en mi juego. Y en el golf eso es fundamental».
Metido en un abismo personal, Sergio no sabía bien qué hacer. Se planteó recurrir a un psicólogo, pero no llegó a hacerlo; como mucho, aceptó escuchar a una amiga suya, que le enseñó técnicas de sofrología («práctica clínica que utiliza técnicas de relajación inspiradas en la hipnosis», según el Diccionario). Optó por jugar menos al golf y por limpiar su mente practicando otros deportes: el fútbol, por ejemplo. Sergio es el presidente del equipo de su pueblo, el FC Borriol, de Tercera División, y durante estos dos últimos años también ha tenido ficha como jugador. Entrenaba con ellos y a veces saltaba al campo. Sergio es centrocampista zurdo: «Como Di María…, pero sin velocidad ni desborde», bromea. Entre el fútbol, el póquer y sus paseos por los montes suizos (tiene una casa en Crans-Montana) fue reciclando su espíritu. La pieza final en su reconstrucción parece haberla colocado Nicole Horrex, una joven galesa de la que nada se sabe y que le ha acompañado en sus últimos triunfos. «Es una chica maravillosa. Estamos muy felices juntos», responde Sergio a regañadientes.
‘El Niño’ se ha convertido en un hombre y las heridas íntimas de los desengaños que le hicieron madurar ya han cicatrizado. Sabe que aún está a tiempo para conquistar un hueco en la historia del golf. Depende de él.